En Colombia, 20 de las principales ciudades se abastecen de los servicios ecosistémicos de los páramos, de modo que el 70 % del agua de consumo humano proviene de dichos ecosistemas. Por eso, más allá de sus límites físicos, las ciudades hacen parte de paisajes regionales en los que existen conexiones vitales entre el campo y la ciudad, que son mantenidas y mejoradas mediante la gestión de la diversidad biológica y cultural de cada lugar.

Durante años, las ciudades del mundo han vivido en la dicotomía ciudad-naturaleza, un paradigma que ha fomentado la degradación ecológica y la desigualdad. Por ejemplo, de las 423 ciudades del mundo ubicadas en lugares considerados como puntos calientes de biodiversidad, se espera que 383 (90 %) crezcan y se expandan hacia biomas de bosques húmedos tropicales, predominantemente en países de ingresos bajos y medios, con poca capacidad institucional y débiles arreglos de gobernanza (Fuente).

De esta manera, la “crisis gemela” de la pérdida de biodiversidad y el cambio climático, y por ende el declive del bienestar humano, insta a las ciudades a reinventarse como centros de biodiversidad y resiliencia. La Plataforma Intergubernamental de Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos (Ipbes) destaca, por ejemplo, el papel de las ciudades para el mantenimiento de la biodiversidad, pues los espacios verdes y las zonas de límite de la expansión urbana pueden generar condiciones ecológicas favorables para la vida. Este tipo de lugares suelen ser corredores para el mantenimiento e intercambio de biodiversidad y propician la recuperación natural de los ecosistemas.

Todos los tipos de naturaleza, incluyendo la naturaleza construida, son fuente directa de bienestar. La biodiversidad no está solo en aquella parte del territorio que presenta menos intervención humana. En los entornos urbanos la biodiversidad se expresa de múltiples maneras y propicia interacciones que son fuente directa de bienestar humano.

A pesar de que las Soluciones Basadas en la Naturaleza (SbN) son, en promedio, un 50 % más rentables que las alternativas “grises” y aportan un 28 % más de valor añadido, solo recibieron el 0,3 % del gasto total en infraestructuras urbanas en 2021 (Fuente).

En este contexto, las ciudades representan un gran desafío ambiental y a la vez una oportunidad para reivindicar nuestra relación con la naturaleza.

Una de las metas más destacables y novedosas por su pertinencia frente al acelerado crecimiento urbano de los últimos años es la Meta 12, que reconoce la importancia de incluir la biodiversidad dentro de la planificación y el desarrollo urbano de las ciudades. Esta meta fija:

Meta 12:
Aumentar significativamente la superficie, calidad y conectividad de los espacios verdes y azules en zonas urbanas y densamente pobladas de manera sostenible, así como el acceso a ellos y los beneficios derivados, integrando la conservación y la utilización sostenible de la diversidad biológica, y lograr una planeación urbana atenta a la diversidad biológica, mejorando la diversidad biológica autóctona, la conectividad ecológica y la integridad, y mejorando la salud y el bienestar humanos y la conexión con la naturaleza, y contribuyendo a una urbanización inclusiva y sostenible y a la provisión de funciones y servicios de los ecosistemas.

En este sentido, el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible, a través de la Dirección de Asuntos Ambientales Sectorial y Urbana -DAASU- y en un trabajo articulado con las diferentes dependencias técnicas y entidades del Sistema Nacional Ambiental (SINA), busca “acelerar procesos de transformación y gestión ambiental urbana de las ciudades y municipios, a partir de la articulación de acciones que consideran la biodiversidad como una oportunidad para lograr impactos positivos en la economía, la calidad ambiental y el bienestar de las personas”.