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Felipe y su guerra declarada a la sopa


Todo empezó con una negativa tajante de un niño a tomarse la sopa durante un almuerzo familiar: “¡no quiero, porque esto es una democracia, y en una democracia yo tengo voz y voto!”, dijo. La justificación dejó mudo por un instante al padre, quien tras chocar contra semejante e inesperado argumento, atinó a dejar de lado la conciliación e imponer su voluntad: “¡Pues en esta democracia, mando yo!”, sentenció. Esa anécdota es solo una entre muchas historias de batallas argumentadas y declaradas por Felipe Guerra, como si el apellido hubiese sellado su suerte.



Foto: Felipe Villegas / Instituto Humboldt


Por: Juan Felipe Araque Jaramillo

Un diario de batallas
De la misma forma en que un florero hecho trizas desató la furia independentista hacia la primera década de 1800, la probabilidad de hacer de la educación pública un negocio y la falta de baños mixtos en universidades públicas, detonaron la indignación en este politólogo bogotano, en el inicio de la segunda década del siglo XXI. Eran los albores de su vida universitaria.

“En ese momento hubo un debate en torno al ánimo de lucro en las universidades, propuesto por el gobierno en turno; me uno entonces a unos compañeros y creamos el colectivo “Acción Andante” para trabajar en una reacción al tema y plantear una estructura de cómo debía ser la educación pública en Colombia. Empezamos, pues a unirnos a protestas sociales y estudiantiles, y a visitar universidades”, relata Felipe.

En una de esas visitas, el grupo de estudiantes descubrió entre la sorpresa y la indignación que una de las universidades solo había baños mixtos no por una política legítima de igualdad de género sino por falta de presupuesto, y que inclusive cada estudiante debía portar su propio papel higiénico.

“Ahí vinieron muchas preguntas de tipo: ¿así estamos sembrando el futuro?, ¿con personas que están educándose en condiciones pésimas de infraestructura y de calidad? ¿Este es el futuro que estamos planteándole a la sociedad?, y entendimos cuál era nuestro rol y aporte como científicos sociales, es decir que debemos entender la realidad para proponer cambios sustanciales”, cuenta el también Magíster en Ciencia Política.

Años más tarde, y desde el ámbito profesional, Felipe Guerra persiste en la lucha como un fiel guardián de sus convicciones pero desde otra orilla: la de la conservación natural y del patrimonio cultural. “El tema de patrimonio natural lo hago desde la Oficina de Planeación de Parques Nacionales Naturales de Colombia. En el Instituto Folclórico Colombiano Delia Zapata me dedico a la investigación, protección y vivencia del patrimonio cultural colombiano”, dice Guerra.

Sin embargo, para un buen guerrero no hay tregua y por eso se ha unido, también, a las filas de expertos del Capítulo 7 de la Evaluación Nacional de Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos, dedicado a las Instituciones, Política y Gobernanza. “Desde este Capítulo buscamos entender cuál es todo el marco de instituciones y organizaciones que rodean y determinan la toma de decisiones frente a la diversidad biológica, y por ello se les considera que pueden ser un motor indirecto de pérdida de biodiversidad”, comenta Felipe.

El cuerpo y el baile
Entre tantos relatos de rebeldía de Felipe, uno resulta particularmente llamativo e inesperado. Según cuenta - con risa nerviosa-, halló en la danza, en el baile, la trinchera de escape momentáneo para retomar fuerzas y recargarse de energía antes de salir al campo de las batallas cotidianas.

Ocurrió hace cinco años, cuando aún era estudiante universitario. Algunos de sus compañeros se disponían a participar de una rueda de gaitas y bullerengues en el Palenque de Delia. Felipe, escéptico, aceptó la invitación sin tener idea alguna de adónde se encaminaba. “Llegamos a esa fiesta y en esa época a duras penas bailaba música Salsa. Justo estaba bailando y hubo un silencio de 5 segundos entre la transición de una canción a otra. Ahí alcanzo a escuchar tambores, y de inmediato empiezo a sentir algo muy visceral, muy en las entrañas. Me fui hasta el lugar y comencé a bailar como un loco, libremente, y así me dieron las 4:40 de la mañana, sin darme cuenta, no tuve noción del tiempo. El caso es que empecé a ir a clases, a leer, a estudiar y así entendí que cada paso y movimiento tenía un significado asociado a un mito, a una ideología, una historia que se expresa con el cuerpo y que está atado a un territorio, a una cultura, a una concepción del mundo y una sociedad”, expresa este fanático del género Rock y Punk.

Antes de terminar la conversación, Felipe se muestra como un guerrero incansable y dispuesto a pelear desde la lógica de los argumentos y de la experiencia, del diálogo abierto, honesto y sin prevenciones con la naturaleza y la sociedad, sus insumos para plantear un mundo nuevo en el que cree sin reservas.

Cuando le pregunto si no resulta un tanto idealista e infructuosa su labor en los tiempos revoltosos y fieros que transcurren, guarda silencio y baja la cabeza; luego regresa con esa mirada que despide una mezcla imposible de vulnerabilidad e ímpetu, y me responde con música: “Hay una canción que marcó mi vida y el coro dice: “¡Prefiero que me olviden, a que me recuerden porque me rendí!”, y me apalea con una sonrisa repleta de una convicción envidiable.


Publicado el día 27 de noviembre de 2019 | Por: ENBSE