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Germán Corzo: adicto a la endorfina


De sondear los mares en lo profundo, Germán Corzo ascendió a la superficie para asentarse en territorio continental, a 2.600 metros sobre el nivel del mar, y dedicarse a temas de conservación y desarrollo. Su vida no ha dejado de fluir en el espiral de circunstancias que cataloga como “absurdas”, pero que contrarresta con “shots de endorfina” que encuentra en el uso de la bicicleta, en el sabor y aroma del café, y en cada aspirada a un cigarrillo.



Foto: Felipe Villegas / Instituto Humboldt


Por: Juan Felipe Araque Jaramillo

Dice que es bumangués por casualidad, así como lo es la ciudadanía diversa de sus hermanos. Y es que no se trata de una familia nómada por convicción sino el resultado de ser el hijo de un oficial de la Policía Nacional, profesión que implica jugar a una ruleta rusa de estaciones momentáneas durante el cumplimiento del deber. “Creo que hice mi primaria en Cartagena, mi secundaria en Barranquilla y regresé a Cartagena para hacer mi universidad. Ya como profesional, me radiqué en Bogotá desde este nuevo siglo”, comenta Germán Corzo.

Es Biólogo Marino y cursa un Doctorado en Conservación y Desarrollo con la Universidad española de Alicante. Desde hace una década coordina la Línea de Conservación y Desarrollo en el Instituto Humboldt, que no es otra cosa que “la forma de acercar la sociedad y la naturaleza a los sistemas productivos”, afirma Germán. Si husmeamos su pasado profesional, hallamos una pausa activa de 20 años en Parques Nacionales Naturales de Colombia, donde ocupó todos los cargos posibles en “la conservación estricta de la biodiversidad, es decir al otro lado de la gestión. Un absurdito más de los muchos con los que convivo”, menciona.

Hoy, también, integra el grupo de expertos de distintas áreas del conocimiento que trabajan en el capítulo 6 de la Evaluación Nacional de Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos, dedicado a los escenarios futuros de diversidad biológica y de las contribuciones que presta la naturaleza para el bienestar humano.

“En la Evaluación tenemos un grupo muy poderoso de científicos de las ciencias naturales y sociales con los cuales tratamos de rastrear todas las tendencias que han venido siendo modeladas en el escenario de la literatura científica para intentar identificar qué escenarios podemos prever para los futuros próximos y más lejanos de la biodiversidad. Es un capítulo muy interesante que ha venido siendo reiterativo en las evaluaciones mundiales y de las américas, porque es el mecanismo más correcto para tratar de tener escenarios futuros que prevean el estado de la biodiversidad”, cuenta.

Al cuestionarlo acerca de la utilidad que los resultados del capítulo en quienes toman las decisiones en los territorios, Germán aclara: “Todos nosotros tomamos las decisiones, por lo tanto ese supuesto de que a quienes elegimos y nos representan a nivel local, regional o nacional les corresponde esa tarea exclusiva es, de alguna manera, la forma de lavarnos las manos. Son las decisiones que tomamos todos los días las que nos permiten o no conservar la biodiversidad y los servicios ecosistémicos”.

Sobre cuál es la fórmula para sacarle gusto a lo que hace, Germán Corzo considera que “es justamente en los momentos en los que uno transita a mundos invisibles y que trascurren permanentemente alrededor de uno, por ejemplo, cuando a través de un microscopio te acercas a una gota de agua y descubres ahí un universo, surge la maravilla, que creo que es justamente la que genera la endorfina para que lo que haces te guste”.

En su etapa de estudiante universitario trabajó en el Parque Nacional Natural Marino Corales del Rosario y San Bernardo, en el Caribe colombiano. Su experiencia trascendió a la del simple bañista y descubrió que permanecer durante largos periodos incorporado a un ambiente ajeno al cotidiano, y vinculándose mediante los sentidos a colectas marinas, le dieron sus primeros “shots de adrenalina que me dijeron que en esa línea podría resultar interesante una vida”, relata.

Sin ánimo de sonar pretencioso, Germán Corzo se considera como uno de los capitalinos que lleva más tiempo usando la bicicleta como vehículo para movilizarse a todos lados. La razón obedece a distintas coyunturas ocurridas en su vida en el siglo pasado; la primera de ellas, un viaje de receso y pausa profesional: “me fui a Cuba, y pues allí no hay gasolina y la gente transita básicamente en bicicleta”, cuenta; la segunda, la complejidad en la movilidad de la capital colombiana que lo llevó a pedalear a diario, “pues no hay otra forma de llegar con algún nivel de confianza a un sitio si no es por tus propios medios, con suficiente tiempo caminando o en menos tiempo si es en bicicleta”, puntualiza. Al final, esas coyunturas pasaron al plano estructural hasta convertirse en otra adicción que se suma a la del cigarrillo y el café.

Sus días en Cuba buscaban un cambio radical, un “stop” a un ritmo de vida desbocado que lo había alejado de sí, de su entorno familiar y social: “me fui a estudiar percusión, pero pues eso se estudia es en otros lados, porque allá todos son tan buenos desde tan pequeños que al final de cuentas no hice absolutamente nada (risas). Estando allá inscrito en la universidad de Cuba, me topé con españoles de la Universidad de Alicante, quienes ofrecían becas a los universitarios cubanos, y pues fui beneficiado con una beca y así me enlisté en el Doctorado del cual todavía soy candidato”, confiesa.

Junto a su esposa, también bióloga marina, y un grupo de amigos de universidad regresa cada tanto al mar para sumergirse en las profundidades oceánicas y conectarse con otra forma de endorfina, allí donde “la maravilla no se pierde, a pesar de repetirlo. Es impresionante. Puede ser que cambies de sitio o énfasis en las cosas que vez, pero la maravilla permanece intacta”, sentencia dando por terminada la entrevista.

Nos montamos en el mismo ascensor para sumergirnos en otras profundidades, las del concreto gris y blanco que bordean un sótano en penumbras y con aire combustible y condensado. En un rincón le espera la bicicleta para entregarle la ráfaga de endorfina diaria a su demandante dependencia. “La adicción es así, no hay días que sí o días que no”, puntualiza mientras se aleja, pedaleando.


Publicado el día 27 de noviembre de 2019 | Por: ENBSE