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Jenny Trilleras: una entrevista con la hija de la fortuna


Un viaje en barco, al norte, en busca del amor fue también una travesía transformadora y de conquista de la libertad personal. Así es la historia de Eliza Sommers en la novela “La Hija de la Fortuna”, confeccionada por la escritora chilena, Isabel Allende. Este título literario se convirtió, por azar o certeza del destino, en el favorito de la bióloga y PhD tolimense, Jenny Trilleras, quien ha cruzado trayectos interminables (de sur a norte y viceversa) para cumplir sueños. Si en los tiempos que corren, trazarse un proyecto de vida y cumplirlo a cabalidad no es ser afortunado, entonces ¿qué lo es?



Foto: Felipe Villegas / Instituto Humboldt


Por: Juan Felipe Araque Jaramillo

Una vez graduada en Ciencias Básicas y con una cosecha profesional liviana, Jenny Trilleras Mothas migró desde su natal Tolima hacia Ciudad de México donde se hizo magíster y PhD en Ciencias Biológicas. Una década más tarde retornaría a Colombia recorriendo, por vía aérea, un estimado de 3.108 kilómetros de distancia como emulando el vuelo de las 154 aves migratorias que se estima cruzan el cielo nacional en busca de refugio, alimento y calor de hogar al sur del continente.

Hoy, establecida en la capital colombiana, con un matrimonio y dos hijos, Jenny consume los días entre las aulas de clase y los laboratorios de la Universidad de Ciencias Aplicadas y Ambientales (U.D.C.A.), donde es docente en programas de pregrado y posgrado, y al mismo tiempo investigadora. Como si no bastara con una agenda repleta de compromisos y poco espacio disponible, esta mujer nacida en Natagaima -municipio al sur del departamento del Tolima y a orillas del río Magdalena-, es parte del grupo de expertos convocados para la Evaluación Nacional de Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos, en el capítulo que identifica las contribuciones de la naturaleza y su influencia en la calidad de vida de los colombianos.

Jenny no cree que un momento particular le haya revelado su vocación por la ciencia, al contrario considera que fueron la suma de vivencias las que marcaron la ruta: las acostumbradas caminatas de fin de semana junto a su padre por potreros, al interior de bosques y a orillas de ríos que despertaron en ella un apetito irremediable por la curiosidad. Luego vino la escuela primaria y una clase donde la profesora les preguntó a los 30 estudiantes acerca de sus planes para la vida adulta.

De pie, y con una seguridad de plomo, Jenny recuerda un “quiero ser científica”, seguido de un silencio roto con expresiones, asombros, confusiones y preguntas del auditorio infantil. “En ese instante tenía claro que buscaba respuestas. Comprendí que, en efecto, ese era mi camino: miraba una cosa, leía algo, consultaba a mis papás, quienes alimentaban esa inquietud; además, entendí que debía aprender a defender y saber explicar y contar mis convicciones”, expone Trilleras.

Siguieron los días de juegos de calle: “la lleva” y “el ponchado” en asocio con una decena de amiguitos de cuadra; las muñecas, bien fuera en solitario, con su hermana o amigas; y a inventar historias fantásticas que ocurrían en otros planetas, recuerdos que le saben a dulce y le traen una nostalgia. “Creo que infancia como esas hoy pocas se viven por el uso de una tecnología que los hace querer explorar menos (a los niñxs). Cuando eso no existía, había una obligación de salir a desaburrirse y eso permitía explorar muchas cosas”, expresa Jenny, quien confiesa además que disfrutaba de estas actividades pero no de hacer las tareas escolares: “eso de hacer planas me parecía lo más tedioso del mundo, yo no podía con eso”.

El remedio a tal rebeldía vino con una frase lapidaria de su papá: “bueno, pues si no quiere estudiar mire lo que le va a tocar hacer siempre”, y le señalaba a jornaleros que desde muy temprano y hasta la puesta del sol recolectaban algodón en plantaciones de la zona. Entonces, Jenny se iba a hacer la tarea “porque no me imaginaba agarrando un costal y recogiendo algodón a sol pelado. Era chistoso…”, comenta.

Antes de la biología dudó si lo suyo serían las matemáticas. Tenía como antecedentes en aquel entonces a sus hermanos -y hoy a un sobrino-, quienes siguieron el legado de un papá docente escolar en ciencias exactas. “Soy el bicho raro (carcajadas)… Es que en mi familia hay una tendencia fuertísima a las matemáticas, al cuento académico, y eso es gracias a que mi papás tuvieron una manera muy bonita de conducirnos; nunca nos obligaron a nada, simplemente nos motivaron y nosotros solitos agarramos por ahí”, afirma.

Vino la etapa universitaria, el mini y el macro cosmos expuestos al lente de un microscopio, el estudio de los ecosistemas acuáticos continentales, el enriquecimiento de nutrientes de sus aguas, las interacciones entre los organismos que los habitan y su ambiente, todo por medio del conteo de algas pequeñas pegadas a sustratos, labor que le implicaba desplazarse hasta el Embalse de Prado (Tolima), cada quince días y por espacio de un año, capturar los organismos, analizarlos y producir datos útiles.

Con el grado en Biología bajo el brazo, la ambición de Jenny se revitalizó con dos pendientes en el panorama: uno de ellos catalogado por ella como importante y el otro como urgente. Al respecto, aclara: “uno era seguir estudiando y otro trabajar, pero tuve que darle prioridad a lo urgente y no a lo importante, entonces conseguí un empleo”.

Suele ocurrir que la primera experiencia laboral de todo recién graduado resulta ser una mezcla de ensayo/error y un irse de bruces contra el mundo al contrastar la expectativa con la realidad, la teoría con la práctica, el aula con el lugar de trabajo. En el caso de Jenny implicó comprarse una bicicleta de montaña, ascender por caminos escarpados a más de 1.800 metros sobre el nivel del mar para hacer educación ambiental en escuelas rurales de Cajamarca, municipio tolimense en la cuenca del río Anaime, específicamente las ubicadas en el Páramo de Anaime. “Fueron cuatro años de trabajar con una ONG. Recuerdo que para desplazarme hacia las escuelitas dependía de que pasara o no un jepp, entonces decidí hacerme a un medio de transporte personal y fue durísimo -desde lo físico-, porque me demoraba tres horas o más a la escuela ubicada en el punto más alto”, según Trilleras.

Así, por necesidad y sin buscarlo llegó el ciclismo a su vida. “Me encantó y lo hacía todos los días con esa pasión; tomaba la bicicleta, iba y volvía”- menciona-, sin importarle que muchas de las escuelas estuvieran alejadas de las carreteras lo que implicaba echarse el velocípedo al hombro y caminar. Con el viaje a tierras aztecas y su posterior regreso a Colombia, la rutina de pedalear fue relegándose al punto de volverse una actividad intermitente y viable solo en sus temporadas en Natagaima.

De su estancia en México -siendo estudiante de maestría y doctorado-, Jenny recuerda el trabajo con la gente y la posibilidad de vincularla para compartirle experiencias y conocimientos, hecho que cataloga como sus primeros coqueteos con la docencia, pues fue ayudante en cursos de su asesora de tesis.

Ahora, y desde hace cuatro años, es docente universitaria en ciencias ambientales, ingeniería geográfica y ambiental, investigadora y directora de algunos proyectos de grado. “Uno espera retribuirle eso a las personas cercanas. Es muy chévere descubrir que contagias algo de lo que te inspiró desde muy joven – y que aún permanece intacto- a quienes te rodean, por ejemplo a los estudiantes”, indica Trilleras.

Al interior del mundo científico son comunes los comentarios de tipo “no hay tiempo para nada” o “es muy difícil formar una familia”. En su caso, Jenny considera que no es nada imposible ni del otro planeta, solo es cuestión de planear, construir y querer. “Desde muy joven me tracé un proyecto que incluía compartir mi vida con alguien y tener hijos”, señala la bióloga.

De eso dan cuenta un esposo dedicado también a la docencia, formado en Ingeniería Industrial y candidato a doctor, y David y Nicolás, de 7 años de edad y 19 meses respectivamente. “A mi hijo mayor he logrado contagiarlo al punto que dice querer ser científico. Todo el tiempo te habla de la naturaleza, salimos al campo y hago que se fije en detallitos”, puntualiza.

Luego de las trasnochadas y madrugadas semanales, los fines de semana son tiempo exclusivo para planes de acampada, viajes a Natagaima, caminatas y películas de ciencia ficción, fantasía, drama e infantiles, en casa o en salas de cine pero siempre en familia. También hay espacio para la literatura universal al margen de la científica.

Llegó a su escritora favorita por casualidad, cuando una amiga descartaba títulos en una colección personal. Ahí apareció La casa de los espíritus (Isabel Allende), libro con el cual derramó, según dice, “lágrimas como un bebé, ¡qué libro más impactante!”.

Y como si la afamada escritora chilena fuera parte de un destino literario inflexible, otra amiga y además compañera de labores -Loreta Rosselli-, coincidió en la devoción por Allende. De sus manos, Jenny recibió a La hija de la fortuna, páginas que hoy devora en los escasos ratos libres que le deja el cuidado y atenciones a su bebé.

Dice que es poco amiguera, aunque conserva el grupo de amigos que hizo en la Universidad del Tolima, los de la maestría, el doctorado y los del tiempo de escuela en Natagaima con quienes se reúne a fin de año. “Son muy pocos, de distintas épocas pero bien seleccionados; siempre han estado ahí y es algo muy bonito, porque son experiencias bastante reconfortantes”, confiesa.

Antes de terminar la entrevista, Jenny se organiza para una sesión de fotos que acompañarán su perfil. Se mira de abajo a arriba. Lleva un total look negro de zapatos, media velada, falda y suéter en cuello tortuga. Aplana arrugas inexistentes del impecable atuendo y se cerciora de que llevar aún organizado el cabello oscuro y crespo. Le pregunto si tiene algo más que agregar a la conversación. Sin apartar la atención del lente fotográfico que la captura, expresa: “que no hay que tener miedo, hay que dejarse llevar y hacer de esto un proyecto de vida. Habrá obstáculos de todo tipo, sí, pero cuando tienes una meta clara se superan y queda una experiencia bonita con sensación de gratitud y aprendizaje, y eso motiva y llena aún más, así que ¡adelante!”, y aparecen carcajadas luminosas por cuenta de los brackets que sobresalen en una dentadura amplia, uniforme, firme y ámbar.




Publicado el día 09 de octubre de 2019 | Por: ENBSE