“La diversidad en convivencia”: El desafío de un capítulo sobre diversidad biocultural
“No hay palabra que traduzca biodiversidad o naturaleza. No hay palabra...es todo. Incluye todos los espacios y también los espacios espirituales. Es el espacio espiritual también, no solo el territorio donde nosotros vivimos...”
Guriwum Torres, indígena arhuaca de la Sierra Nevada de Santa Marta
La existencia de 710 resguardos y 115 pueblos indígenas, más de 150 comunidades negras, seis zonas de reserva campesina y otras 58 en construcción, y más de 60 lenguas diferentes, distribuidos en las montañas Andinas, en los llanos del oriente, en los bosques secos y las selvas húmedas tropicales, en las costas del Caribe, en los manglares y las riquísimas selvas derramadas en el océano Pacífico -entretejidos de mil maneras con las ciudades que crecen por todo el país- dan solo una idea precaria de la enorme diversidad biocultural colombiana. En su conjunto, pueblos indígenas y afrodescendientes tienen la titularidad de más de una tercera parte del territorio nacional, donde se conserva casi la mitad de los bosques del país.
Sin embargo, las formas infinitas y dinámicas en que los seres humanos se entrelazan con las diferentes naturalezas, las conocen, las transforman y las cuidan, desbordan por mucho estos mapas y listas que visibilizan a los pueblos y a los ecosistemas ante el Estado.
La
Evaluación Nacional de Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos es
pionera en la Plataforma Intergubernamental de Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos (IPBES) en dar cuenta de la forma en que se entrelaza la vida desde sus manifestaciones culturales, lingüísticas y biológicas en los territorios y mares.
Nuestra intención fundamental es empezar a generar una visión más holística para los formuladores de política y los tomadores de decisiones, acerca de la riqueza y la complejidad de las formas en que la diversidad biológica y cultural se entrelazan en el país, y llamar su atención sobre la necesidad de proteger, promover, y preservar esta pluralidad.
Consideramos urgente reconocer formas diferentes a la concepción binaria (que separa naturaleza y sociedad) y relativamente reciente del Estado de convivir con la naturaleza. Si bien en Colombia existen políticas que reconocen y buscan proteger los territorios y conocimientos indígenas, locales, afro, raizales y rom, pensamos que aún falta mucho para cuidar, efectivamente, esta diversidad como parte de la construcción de país.
Con el mismo objetivo, también pretendemos dar luces sobre las múltiples violencias que se ejercen en el país contra estos territorios bioculturales y dar cuenta de los modos autónomos de resistir para continuar entretejiendo naturalezas y culturas. Los planes de vida de los resguardos indígenas, los planes de desarrollo sostenible de las zonas de reserva campesina, los planes de etnodesarrollo de las comunidades negras y los protocolos comunitarios bioculturales son ejemplos de acuerdos formalizados que contribuyen a esta resistencia.
La tarea no es fácil. Uno de los mayores retos se deriva del marco de la Evaluación, que privilegia la evidencia científica sobre otras formas de entender la naturaleza. Conocimientos y prácticas de cultivo, cacería, pesca, alimentación, cuidados de la salud, tratamiento del agua y los suelos, relaciones con plantas, animales, rocas, viento, agua, y sus expresiones en objetos, tecnologías, relatos, cantos, ceremonias, sueños, corren el riesgo de continuar ignorados en la medida en que no hayan sido registrados en formatos validados por la ciencia.
Al equipo de autores de este Capítulo se han invitado representantes de algunas comunidades indígenas, campesinas, afro y raizales, con quienes se viene trabajando en el tejido de las diversas maneras de conocer y cuidar la naturaleza. También, realizamos un taller en junio de 2019 con la participación de mujeres y hombres representantes de estos pueblos, en el que se intercambiaron ideas sobre cómo hacer de esta Evaluación una plataforma útil para transmitir sus voces, preocupaciones y propuestas.
En el taller se plantearon preguntas fundamentales sobre el Capítulo y la Evaluación en su totalidad, que cuestionan el alcance y sentido de nuestra labor: ¿La Evaluación para qué? ¿Para quién se hace visible el conocimiento? ¿Qué representatividad de los múltiples contextos bioculturales puede haber en un ejercicio de corto plazo? ¿Por qué los conocimientos no científicos son minoritarios y están restringidos a un capítulo, a pesar de que la Evaluación pretende ser integral y abarcar todo el territorio nacional? ¿Cuál es el beneficio de la Evaluación para los pueblos y comunidades que integran la diversidad cultural?
Nos seguimos planteando estas preguntas, pero avanzamos, pensando en que la Evaluación IPBES es una oportunidad valiosa para dar un pequeño paso en el largo camino hacia un reconocimiento efectivo de la diversidad biocultural del país en la política nacional. O como lo expresó Edith Bastidas en el taller en junio de este año:
“Tal vez si estamos aquí es porque nuestros espíritus nos pusieron aquí para servir de medios (…). La mejor forma de proteger el conocimiento es vivirlo y transmitir mensajes clave con responsabilidad ética”.
*Fotografía de Gabriel Nemogá: Tomada por Naniece Ibrahim, Universidad Winnipeg.
Publicado el día 22 de noviembre de 2019 | Por: ENBSE