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Loreta Rosselli: un espejo de tres caras


Conversar con Loreta Rosselli -una de las mujeres que mejor conoce de la avifauna nacional y descendiente de inmigrantes italianos que echaron raíces en la “región de la manta real” colombiana-, equivale a descubrir un espejo de tres caras, de esos antiguos y valiosos, para mirar el transcurso de una misma vida segmentada en un trío de grandes pasiones: la naturaleza, la academia y la familia



Foto: Felipe Villegas / Instituto Humboldt


Por: Juan Felipe Araque Jaramillo

Loreta Rosselli participa en el capítulo 2 de la Evaluación Nacional de Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos, el que le mide el puso al estado actual de la diversidad biológica nacional. Esta bióloga de profesión, docente por convicción y amante de la avifauna por herencia fue la primera en atender el llamado a la jornada maratónica de conversación con algunos expertos de la Evaluación. Mientras esperaba -sentada en un sofá naranja encendido que deslumbraba entre la casi penumbra de la recepción-, no paró de revisar su teléfono móvil. Al ponerse de pie, extendió la mano para saludar y una amplia sonrisa se abrió y redujo sus ojos a líneas dispares tras unos lentes de marco gris metalizado y espejos transparentes tipo aviador.

El equipo de producción improvisó y acondicionó un estudio de grabación al interior de una sala con paredes y puertas de vidrios frontales, habitualmente usada para reuniones ejecutivas. Luces amarillas golpearon un espacio frío y reducido, generando una atmósfera tibia y contrastante con el ambiente gris, gélido y lluvioso de un viernes de fines de septiembre. Se acomodó la blusa en seda blanca con estampado de aves amarillas y grises, y plantas verdes y rosas, un grito tajante de su amor consumado por la naturaleza. En el movimiento brillaron unos aretes en forma de girasol, un collar madre perla elaborado en conchas marinas y una pulsera en telar con cuentas de colores. “¡Qué nervios!”, dijo y entendí que estaba lista para responder al cuestionario.

Amante de los viajes, del cine arte y de la música, a la que considera su otra mitad; exintegrante de un coro estudiantil universitario; aficionada a las historias de Isabel Allende y otros tantos autores, a la ópera y el impresionismo francés. Loreta supo desde niña que sería naturalista de cabo a rabo, porque sus mejores recuerdos estuvieron y permanecen ligados al paisaje del altiplano, las tierras bajas y el atlántico; a sus formas, sonidos, colores y olores. Confiesa como inolvidable su primera visita al mar, a casa de un tío en las Islas del Rosario (Cartagena). “Mi niñez huele a agua salada y al tarro de bloqueador Coppertone para protegerse del sol; también al aroma propio de la tierra caliente en un viaje al Tolima, a su pasto y al del kikuyo de la sabana bogotana”.

Como influencias determinantes de vida están su padre, de origen rural, nacido en Sogamoso (Boyacá), también aficionado a la naturaleza. “Él fue un gran observador de avifauna, de ahí en parte viene mi amor por ella. Recuerdo que tenía el primer y único libro sobre aves, también libros de plantas. Siempre íbamos a caminar a una finca de mis tíos y, más tarde, a un pequeño terreno propio ubicado cerca de Bogotá. En esas caminatas contemplábamos los árboles y las aves, sin binóculos ni la famosa guía de Hilty & Brown. Las vacaciones siempre fueron con un componente bastante rural”.

El apellido Rosselli tiene origen en la Toscana italiana. De allí llegó su tatarabuelo hasta Colombia para conformar una familia en la que se era político o médico. El padre de Loreta eligió ser psiquiatra. Apenas con 12 años de edad, y preadolescente, le enviaron de interno junto a sus primos para formarse en el prestigioso Colegio Mayor San Bartolomé de las Casas, situado a un costado del corazón político y eclesiástico capitalino, centro de enseñanza exclusivo para hombres, causal de excomunión para mujeres, despensa de presidentes de la nación, religiosos y del único astrónomo latinoamericano con su nombre en un cráter lunar, y lugar al cual a Simón Bolívar le fue negado el ingreso por estrictas normas relacionadas con el abolengo.

En su madre, Loreta reconoce una inteligencia absoluta y destacadas habilidades matemáticas. “Ella nació en el año 28, cuando estudiar era para los hombres y aunque quiso formarse, mi abuela no se lo permitió. Fue ama de casa, pero creo que hubiera sido una excelente médica”. Acerca de sus dos hermanos, Rosselli cuenta que comparten la docencia en polos opuestos: equitación y la universidad. Hoy toda la familia tiene nacionalidad italiana, por lo cual Loreta dedica parte de sus días al estudio del idioma y la cultura del sur europeo. Cada tanto viaja hasta ese lado del mundo para reconstruir un pasado que, despacio, deja de serle ajeno.

De su paso por la academia recuerda los años de estudiante “nerda” de Biología en la Universidad de los Andes, donde heredó de sus profesores el gusto por las plantas y comprendió la estrecha relación de estas con los animales. “Quedé fascinada por esa función que juegan, por ejemplo, las aves en la polinización y dispersión. Fue en ese momento en me enamoré de las aves y decidí trabajar con ellas de ahí en adelante”, confiesa la también Doctora en Biología de la Conservación para quien, además, resulta un placer inexplicable tomar unos binóculos y encontrarse “esas bellezas que son los pájaros, con sus colores hermosos y poderlos identificar por medio de una guía”.

Para Rosselli las aves lo son todo: “mi instrumento de trabajo, indicadores de muchas cosas en la biodiversidad, sus tendencias por ejemplo, y del estado de los ecosistemas pero además instrumento de enseñanza, alegría y placer. Cuando te enamoras de las aves, todos los paseos, vacaciones y mañanas se convierten en un estado de contemplación, observación y atención”. Al cuestionarla acerca de su primera vez con la ciencia y del momento que la cambió para siempre, Loreta lo define un proceso continuo de vida, pero cataloga como revelador un viaje a un curso intenso de campo en Costa Rica, después de haberse graduado del pregrado; un mes con sabor a angustia por el bombardeo constante por parte de reconocidos investigadores hacia los estudiantes con el afán de que se hicieran preguntas y les buscaran respuestas. “Ese país es pequeño, entonces tuvimos oportunidad de pasar y visitar distintos ecosistemas como bosques húmedos y secos tropicales, también páramos en compañía de casi una decena de profesores bombardeándote con conferencias y proyectos en grupo resultantes de esas visitas. Al final había que hacer y presentar un proyecto individual”, recuerda Loreta. El pánico describe el sentimiento que la invadía al enfrentarse a un público estricto y nada complaciente. No tenía idea de mezclar la estadística con la ciencia en una época en que no había computadoras ni Internet. Lo aprendió de un libro y apoyada en una calculadora común.

En esa experiencia un tanto agria con la ciencia, Rosselli saboreó lo dulce al conocer al coordinador del curso y a quien se convertiría, años más tarde, en su esposo, el reconocido ornitólogo Gary Styles, otra fuerte influencia en su amor por las aves y de quien admira el conocimiento de la naturaleza. “Esa experiencia cambió mi vida, porque ahí supe que la ciencia es hacerse una pregunta, tener unos métodos e investigar. Era una época en la que escaseaban los papers criollos; eso era para dioses. Pensar en publicar o denominarse investigador era impensable, una cosa lejana, casi utópica”, relata la otrora voluntaria en vegetación del Smithsonian (Panamá).

Su experiencia con la docencia inició en 1994, en la Universidad Javeriana, impartiendo cursos de cátedra. “Me encantó y me encanta. Es una labor a la cual dedico muchísimo tiempo, porque no me resulta tan fácil, entonces preparo, leo, busco estrategias y actividades de manera tal que el estudiante recoja el mensaje que quiero llevarle. No necesariamente me limito a dictar clase y poner tareas”, dice. Desde hace siete años y medio está tiempo completo en la Universidad de Ciencias Aplicadas y Ambientales (U.D.C.A.) como investigadora y docente en cursos de pregrado y posgrado en programas de ciencias ambientales, un enfoque académico pionero y novedoso en Colombia. “Es un nuevo campo en el mundo que intenta dar una mirada integral de eso tan complejo que resulta ser el ambiente”, manifiesta esta asidua participante del tradicional conteo navideño decembrino de aves en Bogotá, iniciativa para generar información y conocimiento sobre el estado actual y los cambios presentados en la avifauna a lo largo del tiempo, con fines de conservación.

Imposible terminar la conversación sin preguntarle a Loreta por sus hijos, Elena y David, quienes pasaron todas sus vacaciones en bosques para observar pájaros, y quejándose por las constante e insoportables picaduras de zancudos. Según Rosselli, por esa razón ambos desarrollaron un rechazo absoluto hacia la biología. Hoy, Elena es geóloga, candidata a doctora, y David es matemático. Paradójicamente, y cual si fuera cierto que el destino de cada uno viene determinado e inmodificable, estas dos “víctimas de ornitólogos”, por distintas razones vuelven a sus orígenes, a la naturaleza. “Elena, después de todas las torturas, disfruta del campo. David, en su primer viaje de recreo con amigos, eligió conocer un parque nacional”.

Para terminar la entrevista, Loreta guarda silencio, levanta la cabeza y su cabello plateado resplandece ante las luces. Fija su mirada en una de las paredes y reflexiona: “lo que estudies o en lo que te especialices será el quehacer por el resto de la vida. Entonces, qué más rico que dedicarte a lo que te gusta… Increíble que me paguen por hacer de esto, que me ha hecho tan feliz, un trabajo”. Y cuidado porque a manera de advertencia para aquellos que se enfrentan a la encrucijada de elegir una profesión, Rosselli sentencia: “si lo que quieren es ser ricos, este no es el camino. No hay que pensar cuánto voy a ganar o de qué voy a vivir después de estudiar, sino en cómo le aportamos al cambio en un país de los más biodiversos del planeta, pero con las destrucciones más aceleradas”.


Publicado el día 27 de septiembre de 2019 | Por: ENBSE