Expertos

VOLVER

María Clara van der Hammen: la mujer que caminó con jaguares


En una época de su vida, María Clara van der Hammen Malo tuvo un sueño recurrente en el que un jaguar la seguía por lo espeso de la selva. Al consultarlo con los miembros de la comunidad indígena donde vivía, y en la cual ayudaba en tareas cotidianas como parte de sus labores académicas, la respuesta que recibió fue enfática: “¡Si se queda por más tiempo aquí, será para siempre!”. Así inauguró la conversación la también Magister y Doctora en Antropología Cultural, transportándonos con su testimonio a junglas exuberantes y campiñas holandesas, y abriendo la puerta a historias no reveladas e increíblemente anónimas en la era de la sobreexposición, en tiempos de vitrinas virtuales a las que nada escapa.



Foto: Felipe Villegas / Instituto Humboldt


Por: Juan Felipe Araque Jaramillo

Compartir el mismo espacio con María Clara van der Hammen durante una entrevista supone una atención y respeto particulares. Su sola presencia exhala una fuerza genuina; así mismo, su mirada esmeralda pareciera advertirle al interlocutor un don natural para escudriñarle el alma al detalle. Una vez que inicia sus historias de vida, la tensión y predisposición disminuyen dando paso a acontecimientos reales que, por instantes, parecen fantasiosos.

El apellido van der Hammen (respetado y reconocido en el ámbito científico nacional por el legado sobre el cuidado del entorno que dejó su padre, el geólogo holandés Thomas van der Hammen) va desdibujándose, dándole una voz y mérito propios en cada relato que desnuda sus facetas de esposa, madre y mujer. Con un malabarismo envidiable y valentía indiscutibles, María Clara camina en la cuerda floja de la indiferencia y el desconocimiento de una mayoría de colombianos respecto a la fortuna que guardan los saberes tradicionales de los pueblos y comunidades indígenas. Su día a día se esfuma en el rescate, exposición y preservación de estos tesoros inmateriales, junto a su esposo, el biólogo y líder de la Fundación Tropenbos Internacional.

“Allí hay un universo valioso que debe tenerse en cuenta, que tiene cabida en muchos espacios, que está reconocido en el papel pero que no trasciende como debiera o se queda muy corto en la práctica. Por eso, desde la Fundación participamos en discusiones de protección de los conocimientos tradicionales, locales e indígenas, y en propuestas a nivel político”, cuenta la antropóloga cultural.

María Clara es docente en pregrado y posgrado en la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Externado de Colombia, donde también hace investigación en procesos sociales, medio ambiente y territorios. Es, además, coautora del Capítulo Conocimientos Indígenas y Locales de la Evaluación Nacional de Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos.

Su angustia por elegir una profesión la llevó a barajar opciones en el arte, la biología, el diseño y la antropología. Se decidió por esta última sin tener una espina e inquietud por la investigación y más como una disculpa para viajar y conocer territorios y culturas en salidas de campo académicas. Fue, precisamente, en una de ellas donde visitó el Amazonas, la llamada monarca de ríos y patria de la biodiversidad. María Clara no sospechó en lo más mínimo que aquel viaje sellaría un antecedente indeleble en el plano personal y profesional.

En su correría por distintas comunidades, una en especial captó su atención. Fue aquella habitada por una pareja de ancianos, un sabedor y su esposa, una mujer más joven pero enferma. “Lo que había aprendido en la comunidad donde había estado anteriormente, como por ejemplo preparar un casabe, rallar la yuca y otros oficios tuve que aplicarlo”, relata van der Hammen Malo. Su rutina diaria de las mañanas incluía labores domésticas y salir en busca los alimentos con los cuales preparar la comida.

En las tardes, y a manera de recompensa, el sabedor la sentaba a su lado para contarle historias de personajes fascinantes y mitológicos, que le abrieron la mente a un universo para ella inexplorado. Sin espacio a preguntas, María Clara solo apeló a la escritura para conservar aquel conocimiento. “Fueron semanas donde estuve muy inmersa en esos temas y quedé con muchísimas inquietudes frente a todos esos espíritus del monte, frente a todos esos personajes de los que escuchaba. Al mismo tiempo, sentía que la vida de estas comunidades era muy similar a la mía, que podía asumir ese trabajo propio de las mujeres, como cargar un canasto o traer la yuca”, cuenta.

El tira y afloja entre su mundo conocido y las historias fantásticas que detonaban preguntas en su cabeza - como un bombardeo incesante- la llevaron a soñar por noches enteras y consecutivas con un jaguar que corría a su lado por entre la selva espesa, mientras observaba con atención cada detalle de los paisajes. Al despertar, María Clara compartía sus visiones con personas de la comunidad, tratando de esclarecer los simbolismos tras las imágenes.

La respuesta que recibió fue tan lapidaria como sorpresiva. “Me dice alguien de la comunidad: mire lo que usted está soñando quiere decir, que si se queda por más tiempo aquí, ¡será para siempre! Me angustié muchísimo, porque yo sabía que no quería quedarme ahí por el resto de mi vida. Todo eso me parecía un mundo fascinante pero no hasta ese extremo”, confiesa. Un mensajero la salvó en el último minuto, “el minuto de Dios”, como se le conoce en el fútbol soccer.

Y es que María Clara había aplicado, previamente, a un empleo en una universidad holandesa. Por medio de una carta fue notificada de la cita para una entrevista. Se quedó con el empleo y ahí mismo adelantó su doctorado. “Ahí me di cuenta que en realidad tenía muchas preguntas, que a la ciencia y a la investigación quería dedicarme, y pues me fui, afortunadamente, porque si no estaría viviendo quién sabe de qué manera allá en la comunidad (carcajadas)”.

Al adentrarse en el terreno de su núcleo familiar es imposible no detenerse para honrar la memoria de su padre, quien a la edad de 75 años plantó dos hectáreas de bosque nativo en un potrero adquirido detrás de su casa en Chía (Cundinamarca); y quien, también, en vida defendió la intervención mínima del hombre sobre la naturaleza; el cuidado adecuado de los humedales; la viabilidad de recuperar ecosistemas intervenidos; la necesidad de crear una reserva natural (que hoy tiene enfrentados al gobierno local con ambientalistas capitalinos); erradicar especies exóticas de la zona del altiplano cundiboyacense; la importancia de la siembra y protección de árboles nativos; y un eterno etcétera que abarca su legado.

Del matrimonio van der Hammen Malo nacieron en Bogotá, María Clara, la hija menor, y dos hijos varones. Con ellos se iba afuera de su casa para participar de juegos bruscos y grupales en compañía de los vecinos: “indios y colonos o policías y ladrones”, menciona. En su niñez, también hubo lugar para la exploración, por ejemplo, al interior de edificaciones abandonadas, y para la fantasía: “uno de mis hermanos tenía mucha imaginación, y como teníamos muñecos nos armábamos unas historias tremendas”, recuerda.

Nacida en un hogar en donde la ciencia marcó la pauta, esta mujer de rasgos indoeuropeos considera que “desde el tetero se me dio ciencia en todas sus expresiones, pero una ciencia muy apasionada, no esa de laboratorio, bata blanca, sino de bota, de campo de pasión por la naturaleza”. De ahí que, quizá, asocie su infancia al olor de las estaciones climáticas del noreste europeo, a “la frescura y flores de la primavera, en contraste con los olores veraniegos, y pues también a los aromas que desprenden los bosques de pinos, el agua del río y del mar. Son tantos. Es que pasábamos mucho tiempo por fuera”, confiesa y continúa: “recuerdo que desde muy pequeñita, mi padre nos mostraba la naturaleza, nos ponía en contacto con ella; nos botaba al piso para que oliéramos los musgos y viéramos por una lupa cómo era ese universo; para que viéramos por qué había dunas y cómo el viento había fabricado el paisaje. Ya muchísimo más grande caí en cuenta de que eso no era parte de la educación común de un niño”.

Su curiosidad particular hacia la ciencia y el interés constante por hacerse preguntas lo evidenció cuando, alguna vez, su papá le presentó un diagrama de polen del Pleistoceno final y Holoceno de Mullumica (antiguo valle glaciar que se encuentra a unos 50 kilómetros al este de Quito, en la Cordillera Oriental), elaborado por él junto a dos pares de Holanda y Ecuador, y con asistencia especial en campo de doña Anita Malo, la esposa de don Thomas y mamá de María Clara. “Este era un estudio de los granos de polen que van acumulándose en la tierra, y a través de los cuales uno puede conocer la historia de la vegetación en el tiempo, en millones de años atrás”, dice.

Van der Hammen Malo quedó fascinada por la ciencia y por el hecho de poder formularle preguntas al mundo. “Las respuestas ahí están, las preguntas también, pero hay que saber hacerlas. Quien se dedica a la ciencia es una persona muy afortunada, y si se tiene el impulso para eso hay que seguirlo, perseguirlo porque puedes dedicarte a explorar plenamente esa facultad humana de la curiosidad y aportarle de gran manera al mundo, más ahora que no sabemos para dónde vamos con los problemas del cambio climático; así que necesitamos mucha gente que haga preguntas nuevas y desde muchos ángulos distintos”, detalla.

A los tres años de edad, esta colombiana partió hacia Holanda, donde realizó sus estudios primarios y secundarios aunque siempre quiso hacerlos en su país de origen. No obstante, y por las múltiples investigaciones y compromisos de su padre, era común que la familia pasara extensas temporadas en Colombia. “No me aceptaban (en Colombia) mis años de bachillerato holandés, así que intentar estudiar aquí era echar para atrás, entonces decidí estudiar mi pregrado y posgrado en Holanda”, menciona van der Hammen Malo.

Mientras realizaba su proyecto de investigación doctoral en el Amazonas, conoció a quien sería su esposo, Carlos Rodríguez, con quien tuvo dos hijas: “una es médica con maestría en salud pública, dedicada al trabajo con comunidades indígenas y amante del campo y los viajes; la otra estudió Derecho y es activista ambiental”, comenta María Clara. Una de ellas, ya diferenciaba especies de plantas a los 3 años de edad y a los 5 corregía a su profesora de ciencias.

Por otro lado, en la agenda de María Clara siempre hay espacio para la jardinería, las manualidades, la práctica de yoga, el contacto con la naturaleza a través de caminatas al aire libre, y con las expresiones artísticas y literarias. Sobre esto último, afirma no tener autores predilectos.

Al proponerle pensar, por un instante, en el momento del retiro definitivo de la actividad profesional, María Clara admite que continuará trabajando hasta quedarse sin fuerzas, “hasta que el cuerpo aguante, porque el sistema de jubilación nacional no ofrece buenas posibilidades para una vida digna. No tengo otra opción (risas)”.

Sin embargo, es consciente de la necesidad de darle espacio a otras generaciones e ideas, sin obviar que la experiencia propia siempre tendrá un lugar desde el cual aportar: “no al mismo nivel que aportaron mi padre o aporta Julio Carrizosa; ojalá uno pudiera tener esa magnitud, pero creo que a uno lo mueve la pasión por lo que hace, no un salario, y esa sola motivación basta para querer estar en el ruedo por un rato más”, concluye.


Publicado el día 08 de noviembre de 2019 | Por: ENBSE