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Nicola Clerici: las consecuencias de perseguir hojas y mosquitos


Nicola Clerici dejó atrás inmensas colinas y extensas áreas naturales de su ciudad de origen, famosa por tener el mayor lago y las ruinas más antiguas de Italia. Atravesó el atlántico y se radicó en Colombia, cuyo contraste de paisajes, climas, olores, culturas, colores y sabores no terminan de maravillarlo, razón de más para quedarse y continuar retirando las envolturas que la ocultan. Ante la invitación para conversar, este ecólogo pausó el agite profesional y académico, y se permitió volver a la Región Lombardía para escarbar en los recuerdos, y asimismo reconstruir las circunstancias fortuitas que lo trajeron a este país al que califica de alegre; una nación realidades complejas y superpuestas, al estilo de las plantas que crecen sobre otras o de ciertos comportamientos parásitos de la naturaleza, donde la asfixia de unos es la garantía de sobrevivencia de otros.



Foto: Felipe Villegas / Instituto Humboldt


Por: Juan Felipe Araque Jaramillo

Nicola Clerici, nacido en Brescia -al norte de Italia-, muy cerca de las colinas alpinas, recuerda que tendría unos 8 o 9 años de edad cuando creyó -junto a su hermano-, haber hallado lo que sería un fósil oculto en medio del bosque, del trinar de las aves, del suelo terroso húmedo y del olor de las castañas que abrazaban la casa de campo familiar, donde pasaban fines de semanas y temporadas de descanso.

Con la emoción e inocencia genuinas de la niñez presentaron en “sociedad” aquel descubrimiento antes sus padres, familiares y compañeros de escuela. Todos se enteraron del suceso que, más adelante, fue desestimado por tratarse de un vestigio de una hoja nada fuera de lo común.

Tolerante a la frustración, Nicola no se detuvo. En las rutinas de ciclismo de montaña aprovechaba para observar y buscar animales. También, coleccionaba “fósiles”, asimismo minerales y cómics de personajes de Disney que adquiría con devoción absoluta cada semana. “Tuve pasatiempos “nerds”. De hecho, todavía conservo las historietas, que deben ser alrededor de unas 500, donde los protagonistas eran “Topolino” y “Paperino” (nombres de Mickey Mouse y el Pato Donald en Italia)”, confiesa con la risa nerviosa que delata a un transgresor voluntario.

Al preguntarle por aquella experiencia fallida de la niñez, Clerici la bautiza su primera vez con la ciencia y hace un gesto de comillas con los dedos, pues más adelante -en los años de estudiante universitario de Ciencias Ambientales- colisionaría para siempre con ella al cruzar los mosquitos de la fruta (Drosophila Melanogaster). “Ahí vi que salían como fenotipos o tipologías de estos insectos, con ojos y alas distintas, y fue así que descubrí cómo puede ser, en efecto, súper interesante ver los mecanismos detrás de la creación de estas diferencias en el aspecto de los animales y de la vida”, menciona el también docente investigador de la Universidad del Rosario en Bogotá.

Fueron cinco años de educación superior en Parma, cuna del afamado club de fútbol del mismo nombre, que lo inundaron de conocimientos generales. Ahí sintió la necesidad de buscarse una maestría en un tema apasionante, así llegó al análisis de imágenes satelitales (Teledetección) “por la posibilidad de estudiar la tierra, sus paisajes y ecosistemas desde un punto de vista lejano, el espacio”, dice. Se instaló un año en Paris (Francia) o y por petición de su director de tesis escribió un artículo científico para irse fogueando, para darse a conocer, igual que un cineasta con su ópera prima.

“Ese viaje representó un punto muy importante en mi formación, no solo por la experiencia de vivir solo, sino porque al publicar mi primer artículo entendí lo importante de socializar con la comunidad científica los resultados de una investigación seria y rigurosa”, cuenta Clerici. Inspirado por las consecuencias decidió regresar a Italia para realizar el doctorado en Ecología y posdoctorado en Ecología del Paisaje en Zonas Ribereñas.

Cuando justo estaba algo desencantado con su vida tranquila en Europa, se enteró de una oferta laboral en Colombia, donde buscaban un profesor de Ecología. Entonces aplicó y fue seleccionado; empacó maletas, tomó impulso y cruzó el océano. “Para un ecólogo, Colombia es el paraíso por su riqueza biológica. Siempre pensé que sería una experiencia fantástica, de hecho aún lo es”, menciona a seis años de su arribo a esta región noroccidental de Suramérica.

Imposible no preguntarle por el choque entre culturas, la suya con la colombiana: “claro, encuentro un poquito de choque en la organización del Estado por su lentitud y desorganización, pero veo afinidad en ciertos rasgos, por ejemplo, en la alegría que caracteriza a Colombia y que también está presente al sur europeo, en el Mediterráneo. Por otra parte, siento que allá es más sencillo obtener financiación para desarrollar proyectos de investigación”. También, confiesa que no le fue complejo integrarse a esta sociedad convulsa y admite que una utopía de vida sería traerse a vivir al país a su familia (un papá que fue comerciante de ropa, una mamá otra hora empleada de un concesionario automovilístico y un hermano Biólogo Molecular) y a los amigos entrañables.

Y aquí continúa, con espíritu aventurero, un trato amable y cordial; al comienzo nervioso como suele pasar cuando se atiende una entrevista que hurga en lo personal y bordea el plano profesional, pero después liviano, tranquilo y risueño al sentirse en confianza. Pudiera, incluso, manejar un perfil bajo y evitar llamar la atención, pero le resultaría imposible debido a unos rasgos físicos que impiden no detenerse y observar por un instante su delgadez y altura - más arriba del promedio colombiano-, ambas amalgamadas con una piel lívida, una mirada verde cristalina, y un cabello ambarino, en bucles y rebujado.

Por ahora, admite, no tener una fecha de caducidad en el horizonte cercano; entretanto, disfruta de la oferta gastronómica que ofrece la capital – una debilidad, un pecado culposo e inevitable-, de los viajes a distintas regiones de esta geografía -“no voy a olvidar el canto de las ballenas en el Pacífico y la fusión de ríos cristalinos en el océano”, relata-, experiencias que captura en fotografías. Unas las publica en su cuenta de Instagram, otras quedan consignadas en un archivo personal digital y algunas las imprime a manera de libro, gracias a las plataformas online que le permiten ordenar el material para contar historias gráficas como le viene en gana. “Es muy bonito, porque también se pueden regalar a personas adultas que no están familiarizadas con las redes sociales”, comenta.

Al respecto de su primogénito, que ya abandona la preadolescencia, Nicola expresa: “trato de que vaya descubriendo la naturaleza, los fenómenos, el mundo; le regalo libros sobre el tema (risas); viajamos juntos para estar al aire libre y así, de paso, lograr que se desconecte de las pantallas que hoy los alejan del mundo exterior y les impiden hablar cara a cara con una persona”. Por ahora, su hijo no muestra claras tendencias vocacionales: “por un tiempo ha sido Ingeniero Espacial y en otros momentos Biólogo; ahora, me ha dicho que quiere irse a estudiar a Inglaterra. Claramente sigue los pasos de su padre (risas)”.

En la actualidad, Nicola alterna sus compromisos profesionales con la participación en la “Evaluación Nacional de Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos”, en el capítulo dedicado a los motores de transformación y pérdida de diversidad biológica. Justo antes de terminar la entrevista, le pregunté sobre el tema. Guardó silencio un instante y llevó su dedo índice a los labios. Pensé que aquello era una señal de silencio, de evitar referirse al respecto por el embargo que cobija los resultados hasta que sean públicos en 2020.

Me equivoqué. Clerici estaba pensando qué decirme. De un empujón se acomodó los lentes recetados y manifestó su preocupación por la mentalidad equívoca de que progreso es sinónimo de arrasar con la naturaleza, y por desconocimiento sobre los beneficios que ofrece la naturaleza para el bienestar de las personas: “quitar un bosque es alterar el ciclo del agua, del clima y la vida; y todo esto tiene efecto, también, en lo que es la producción de la comida, por ejemplo. Si tan solo dimensionáramos el daño profundo que esta desafortunada ignorancia provoca en Colombia”, puntualiza.


Publicado el día 23 de octubre de 2019 | Por: ENBSE