Wilson Ramírez: Las últimas horas de un andariego
De familia nómada y padres empíricos de sus oficios. El hippie de la casa, el andariego y aprendiz infatigable en un mundo que se le revela inédito. Cazador de experiencias que lo conecten con la naturaleza y desconecten del caos y el agite diario asociados a sus múltiples compromisos con la academia, centros de investigación y una evaluación nacional de biodiversidad y servicios ecosistémicos, la cual atrae la atención de expertos internacionales por ser pionera al incluir conocimientos ancestrales y hacerlos transversales a todo el proceso. Estas son algunas de las múltiples facetas que descubrimos entre los pliegues de la vida nada pretenciosa, pero intensa y fructífera, de Wilson Ramírez, el biólogo, el profe, el tío, el copresidente… el curioso muy científico.
Foto: Felipe Villegas / Instituto Humboldt
Por: Juan Felipe Araque Jaramillo
Wilson Ramírez llegó puntual a la entrevista. Se le veía dispuesto, tranquilo y sonriente. Pensé que, quizá, esa actitud tendría que ver con las últimas horas que le quedaban antes de tomarse una semana de vacaciones, en las profundidades de algún océano, después del tsunami laboral del último año alimentado con tareas académicas, compromisos de la coordinación del Programa Gestión Territorial de la Biodiversidad en el Instituto Humboldt y la loable misión de dirigir a los más de 80 expertos que aportan sus conocimientos, ad honorem, a la Evaluación Nacional de Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos (ENBSE), de la cual es copresidente.
Permaneció un buen rato sentado en una silla, meciéndose de un lado a otro, sonriente, paciente y comprensivo ante la tardanza del equipo de trabajo para ajustar fondos, luces, cámaras y sonido. Luego entendí que para un hombre que ha dedicado su vida a explorar, conocer y entender la naturaleza - que ha transitado los escaños parsimoniosos del método científico-, esos minutos fueron un simple pestañeo. De tanto en tanto se acariciaba la barba - color pardo con visos blancos, alborotada y dispareja- cuando le recordaba las preguntas que debía responder, como tratando de organizar las ideas en cada paso de la mano. Su característico cabello, negro, abundante y perfectamente peinado hacia el lado derecho, permaneció inmóvil por el gel fijador, configurando su aspecto en una tríada de frescura, seguridad y madurez. Quien piense que no hay algo de vanidad en un científico, o espejos en su casa, se equivoca.
La conversación inició con el relato de su primera vez, esa que ocurrió en una escuela provincial cuando era un niño. Cuenta que un profesor les pidió salir al patio de recreo y buscarse un pedazo de hoja o pasto; se las cortó lo más delgado posible, les hizo ponerla en un microscopio de espejos, antiguo, y observarla, acercándola hacia una fuente de luz. “Me di cuenta de que esa planta estaba llena como de mini antenas parabólicas, porque para donde movías la luz lo hacían las antenitas diminutas de color verde que tiene la hoja”, relata. Ese instante fue revelador, pues al mirarla en detalle, lo impresionó descubrir que había un planeta entero rodeándolo siempre. “Si no haces lo suficiente por buscar en él y ser curioso, en tratar de entender cómo funciona en su totalidad, pues te estás perdiendo de algo maravilloso”, menciona.
La conexión de este biólogo con la naturaleza viene influenciada por su lugar de nacimiento, Montebello, un municipio antioqueño de alta montaña, de arrieros y cafeteros donde –según dice- escasean los vehículos, el medio de transporte común es el caballo y sus habitantes tienen una relación absoluta de admiración y uso del paisaje natural. Wilson es el segundo hijo de la familia Ramírez Hernández, y el “más hippie” por estudiar biología, confiesa entre risas, no tiene hijos pero sí tres sobrinas a quienes considera maravillosas y preciosas. Una de ellas, contó, quiere ser bióloga marina.
Junto al padre empírico en el Derecho, y la madre que aprendió de costura y cosmetología leyendo y preguntando sobre estos oficios, Wilson y sus tres hermanos (un veterinario, un artista y un periodista y literato), vivieron como nómadas en distintos poblados hasta asentarse en la capital colombiana, donde hizo el pregrado en Biología (Pontificia Universidad Javeriana). En la actualidad, es el único de la familia radicado en Bogotá, ya que los demás miembros buscaron cobijo en tierras antioqueñas.
Luego viajaría hacia Europa para hacer un Magíster en Biología y un Doctorado en Ecología, ambos en la Universidad Autónoma de Barcelona. Allí, afirma, valoró la ruralidad tercermundista, ausente en los países del primer mundo debido a la marcada huella humana en sus territorios. Tanto extrañó Wilson ese contacto con la naturaleza prístina y original de las regiones colombianas, que nueve años después empacó maletas y retornó a su patria.
Vendrían, entonces, el ejercicio docente en pregrado y posgrado para universidades capitalinas como La Piloto, Del Rosario y Javeriana, y para EAFIT en Medellín. Fue emprendedor con una empresa dedicada a temas de rehabilitación y restauración de ecosistemas. Trabajó en las organizaciones bogotanas Jardín Botánico y Empresa de Acueducto (en temas florísticos). Desde hace una década está en el Humboldt, espacio al que considera ideal por permitirle mantenerse conectado a su núcleo, a lo vital: la naturaleza. “Aquí (en el Humboldt) he sido testigo de una evolución, una maduración del naturalismo y la descripción a la incidencia nacional e internacional, y de un cambio organizacional en términos de la relación ciencia y política”, menciona.
Junto a dos expertos del país comparte la presidencia de la ENBSE. Desde allí supervisa y coordina la calidad técnica y científica de una valoración que se desarrolla en el país de la megadiversidad de la riqueza en flora, fauna y multiculturalidad. Esta evaluación es un hito en la historia de sus similares por asumir el reto de incluir conocimientos tradicionales e indígenas y hacerlos transversales a todo el documento. En la copresidencia, Wilson, además, garantiza que los mensajes finales que lleguen a los tomadores de decisiones políticas sean lo más contundentes y robustos posibles. Los resultados de este trabajo se conocerán en 2020.
En sus limitados espacios para el ocio, Wilson aprovecha la amplia oferta cultural de la ciudad, visita exposiciones temporales y asiste a obras de teatro. Escapa los fines de semana al silencio de las montañas cercanas, un hobby en riesgo de extinción por la que considera “cada vez más acentuada limitación de espacios para realizarlo y la situación de inseguridad patente en ciertas zonas del país”. Con botas, una mochila y algo de comida este paisa de acento marcado se desconecta por uno, o incluso tres días, en la soledad helada de un páramo y experimenta lo que califica como su mayor nivel de felicidad. En el campismo y el montañismo, Wilson reta al minimalismo para demostrarnos, en plena era de consumismo frenético, que es posible vivir con muy poco, ir ligero de equipaje y libre de cables en todas sus formas.
En el buceo, otro de sus placeres, Wilson se sumerge a lo profundo del agua salada ya sea en un viejo lugar conocido o en uno nuevo, no importa, la curiosidad siempre está despierta y es lo que procura contagiarle a sus estudiantes de primeros semestres académicos: “mi rol es hacer que amen eso que están estudiando, que los pique el bicho de la curiosidad, despertarles el interés, engancharlos”, dice. Cada clase suya es una invitación a no temerle a la ciencia y a desbaratar los estereotipos que se ciernen sobre los científicos, a quienes se les imagina como locos en batas blancas y encerrados en laboratorios al estilo de fortalezas impenetrables.
En cambio, Wilson nos reta a mirar la ciencia como la organización lógica de la curiosidad; a preguntarse qué tan “encarretado” se está con el mundo, “y sin temor al equívoco se podrá ser un curioso muy científico”, comenta. Antes de terminar nuestra conversación, se acomoda entre su chaqueta gris corta vientos de cuello alto -una insignia del viajero y aventurero constante-, junta sus manos y las mueve para enfatizar que este país necesita cada vez más gente que piense en ciencia, pues “hay una sobre oferta en otras áreas del conocimiento. Por lo tanto, una Colombia sin un grupo cada vez más creciente de científicos será una nación estancada en nuevo conocimiento e ideas. ¡Pierdan miedos y pa´lante!”, sentencia. Sonríe, se le arquea la poblada ceja derecha y se le achican los ojos cafés. Luego se retira el micrófono, levanta los brazos en señal de victoria y grita: “¡Estoy en vacaciones!”.
Publicado el día 16 de septiembre de 2019 | Por: ENBSE