Zona de prensa:
Del aprendizaje comunitario al conocimiento científico
Natalia Aristizabal Sánchez






Natalia Andrea Aristizábal Sánchez hija de María Emilia y Silvio Enrique, es manizaleña, intrépida, conversadora, detallista y ágil, siempre con una óptica de constante renovación. Como bióloga próxima a graduarse, encuentra regocijo e inspiración en la inmensidad de la naturaleza cada vez que contempla el “jardín de juegos de la creación”, título poético que ella misma ha designado para referirse al entorno que la rodea.

Desde muy pequeña sintió una indescriptible atracción por la naturaleza, sus ecosistemas e individuos. Con tan solo 8 años de edad, en uno de los tantos recorridos matutinos que realizaba con una de sus tías en el Jardín Botánico de la Universidad de Caldas, quedó eclipsada por las colecciones de mariposas, polillas y otros insectos gigantes. Las formas, tamaños y colores de estas, dejaron una marca indeleble que años más tarde se transformaría en el fruto de su pasión: la Biología.

Si bien ingresó al mundo de la biología terrestre, el mar y su inmensidad la han acompañado desde los 12 años cuando realizó el curso que la llevó a descubrir el mayor y más hermoso hobbie que alguien pueda tener: el observar y vivenciar las profundidades del mar. Sorprendida con el mundo acuático desde tan corta edad, siempre deseó convertirse en sirena o algo similar, pues no quería salir del agua cada vez que se sumergía, era entrar en otro mundo, totalmente diferente al terrestre que acostumbraba.

Sin embargo, estando en la universidad tuvo que asistir a clases de entomología por pura curiosidad, y a través del conocimiento y pasión de su profesora Lucymar Diaz, conoció los lepidopteros. Ahí comenzó otra historia que le dio giro a sus pasiones académicas. El amor por la orden de insectos voladores como las mariposas y las polillas, le robaron toda su atención. Detalles como descubrir los aportes que realizan estos insectos en cuerpos en descomposición y desechos y cómo estos contribuyen al entorno, como lo hacen los carroñeros, “...fue lo que más me atrajo en el estudio de lepidoptera”, asegura Natalia.

Lepidoptera y Fibras: Un mundo fascinante en la Ecoreserva La Tribuna

Poco a poco Aristizabal fue indagando más sobre la orden lepidóptera y con las ganas de acercarse más a la investigación científica sobre este tipo de insectos llegó al Programa Apoyos a la Investigación del convenio Fibras, donde estudiantes próximos a graduarse como ella, tuvieron la oportunidad de poner en práctica los conocimientos adquiridos durante su ejercicio académico. Para los jóvenes investigadores el escenario de investigación sería la Ecoreserva La Tribuna, un área destinada para la conservación y protección de la biodiversidad. Allí Aristizabal aprendió el proceso y técnicas de recolección, captura y extendido de individuos de orden lepidóptera como mariposas y polillas, procesos que durante su formación universitaria no había conocido.

Natalia, el monitoreo biológico y los biomonitores

A Natalia le hubiese encantado haber ido por lo menos cada mes a la ecoreserva para afianzar muchísimo más las experiencias, no solo profesional y de conocimiento, sino como seres humanos con los biomonitores,personas de la comunidad que realizan monitoreo biológico de la biodiversidad.

Los biomonitores hacen parte del Primer Programa Nacional de su tipo, el cual forma a personas no expertas en el monitoreo de la biodiversidad aportando significativamente a los nacientes investigadores que como Natalia están descubriendo los diferentes ecosistemas del territorio colombiano. De acuerdo con Natalia, el apoyo de la comunidad ha sido esencial porque conocen las rutas, atajos y seguirlos a ellos “es un claro ejemplo que no te vas a perder por más GPS que existan”, tienen en su memoria el mapa de la ecoreserva.

Gracias al aporte investigativo de Natalia, las dos cohortes de estudiantes y los biomonitores, se logró la identificación y monitoreo de la biodiversidad en el territorio colombiano para la recolección de muestras genéticas de insectos y otros grupos biológicos, generando cerca de 30 mil códigos de barras de ADN, el triple de lo que actualmente se encuentra registrado en bases de datos.